En nuestros días sabemos que todo animal es hijo de otro animal semejante a él. Este principio básico está expuesto en Génesis 1: 21, 24, donde se dice que los seres vivientes se reprodujeron según su especie. Pero durante la Edad Media, los hombres olvidaron las escrituras. Creían que el origen de los animales que no conocían muy bien, era de lo más fantástico.
Por ejemplo, hay una clase de ganso en el norte de Europa que no anida en el continente. Al llegar el otoño, aparecían bandadas de ellos, pero nadie los había visto empollar. Algunos habían observado que un animalito marino que se pega a los barcos y a las rocas tenía cierto parecido con el cuello y la cabeza de de un ganso. Esos animalitos se llamaban percebes. Supusieron entonces que de ellos salían las crías de los gansos. Por eso les pusieron el nombre de «gansos percebe».
Otros opinaban que crecían en los árboles, donde permanecían colgados de la patas hasta madurar. Al fin en 1907 se descubrió que anidan en unas lejanas islas del norte, llamadas Spitzberg. Allí ponen sus huevos y crían los pichones. El misterio de tantos siglos había llegado a su fin.
Hay muchas cosas que creemos en la actualidad y que sin duda parecerán ridículas cuando lleguemos al cielo y aprendamos más acerca de la creación. En muchas cosas estamos equivocados y nos hemos extraviado al estudiar la naturaleza. Pero el profeta Isaías, dirigiéndose a los redimidos en la Tierra Nueva, dice en el capítulo 29, versículo 24 de su profecía, «Y los extraviados de espíritu aprenderán inteligencia».
«Dijo Dios: Produzcan las agua seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos». (Gén. 1:20)
Windows on God’s Word. Santiago A. Tucker.1975.
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