«De todas las extrañas historias que nos llegan de las selvas sudamericanas, la del misterioso pájaro campana es una de las más pavorosas. Conocido por su canto que imita perfectamente el sonido de una campana, se dice que este casi invisible fantasma de la selva ha conducido a más de un viajero a la misma muerte.
Los pájaros campana viven solamente en América Central y en Sudamérica. Hacen sus nidos en los huecos de los troncos, y se alimentan con la fruta que abunda en la selva. Casi invisibles, puesto que habitan en los rincones más profundos de la selva tropical, donde llueve mucho, los indígenas les temen porque piensan que poseen poderes malignos. Esta superstición, sin embargo, no carece totalmente de base, en vista del extraño y atrayente canto de este pájaro.
El poder del canto de esta misteriosa ave es inexplicable. Afecta a los que saben que se trata de un pájaro, pero la víctima es por lo general una persona que se ha perdido y que trata ansiosamente de salir de la selva. Una campana distante le habla de civilización, donde no existirá el peligro de los cazadores de cabezas o de las bestias salvajes. Siempre oye oye el tañido de esa campana a la distancia o detrás de él. Empieza a caminar trazando grandes círculos, sin darse cuenta de ello.
Pronto la razón se desequilibra y el único pensamiento que llena su mente es tratar de llegar al lugar donde suena la campana. Cada fibra de su ser se orienta hacia esa meta engañosa. Finalmente el desesperado queda por completo a Merced de la selva.
A veces pareciera que nosotros también nos sentimos irresistiblemente atraídos por campanas fantasmas. Este «metal que resuena» y ese «címbalo que retiñe» nos inducen a penetrar más profundamente en las tinieblas de la selva de la vida.
Seremos sabios si pesamos cuidadosamente cada uno de los encantos de la existencia para verificar adónde nos conducirán con el tiempo.»
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. (1 Cor. 13:1)
Windows on God’s Word. Santiago A. Tucker. 1975.
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